2.12.08

mi corazón es un tambor


A mí me pasó al revés, bueno, no sé qué tan al rev´s o al mismo lado. La cosa es que hace un par de semanas empecé a sentirme rabiosa. Muy rabiosa, a todo aquél que se acercaba a mí le mostraba mis dientes que no mi sonrisa en una mueca extraña, pero mia, absolutamente mia y real como mis pies. Pasé varios días, una semana así, gritando, tirando, rompiendo y llorando hasta cansarme. Le eché la culpa a mi mamá por haberse muerto. Le eché la culpa a mi papá por haberse muerto. Le eché la culpa a Eme Á por no entenderme. Le eché la culpa a Ele y Erre por estar lejos. Le eché la culpa al boiler por estar descompuesto. Le eché la culpa a Ludovico, por haber desaparecido. Y pensé: esta rabia me va a matar.
Pero no me mató. Sólo me torció un poco más al convertirse en tristeza. La bella cosa es que no era la tristeza de la depresión, era eso, sólo eso: tristeza. Tristeza. Y me puse triste, y caminé triste, y hablé triste y me reí triste y comí triste y dormí triste y lloré triste y corrí triste y me revolví triste y me alegré triste y viajé triste y volví triste.
Una noche me dio por pensar. Pensar en la tristeza. ¿De dónde viene y adónde va? Y pensar y pensar en la tristeza me llevó a sentirme mal por sentirme mal, a enojarme por sentirme mal, a llorar por sentirme mal, a gritar por sentirme mal y enfurecerme por sentirme mal. Y ahí está que se me ocurre decirle a alguien toda la palabrería circundante a mi tristeza. Y ahí está que me responde si no sólo podía sentirme triste y ya. Sin todo lo demás.
Y ahí está que encendí mi coche (y como dice el cantante español: metí primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y me fui al centro, solo en la noche oscura), dando vueltas por cualquier calle diminuta y escondida por donde no pasé antes nunca. Me detuve en el mirador de Milenio III, al que hace muchos años los teatreros amigos y yo llamabamos disneylandia. Hacía frío, mucho frio, la masa polar número no sé cuál que afectó el país. Mucho viento helado que me cortaba el rostro y las manos. (Porque, qué sería de la tristeza y las ganas de llorar si no hay reacción en la naturaleza ) Y me veia a mí misma como en una película vieja y efectista. Parada ahí, lejos de la ciudad, parada ahí en sus olanes, llorosa y rabiosa, demandante y gritona, cuestionando a dios y la vida porqué porqué porqué, hasta que me cansé y bajé del cerro metiendo de mas el acelerador y llegué a casa, donde de nuevo me esperaba la soledad entre mis sábanas, para oir de nuevo ese sonido, ese espasmo que repite cada noche un-dos, un-dos, mi corazón es un tambor.