8.8.08

57 días y 56 noches

Intento cumplir una promesa que hice esta tarde.
Han pasado 55 días desde que mamá murió, mismos que a ratos de alargan hasta el infinito, y de súbito se desvanecen como minutos apresurados. Sigo con la sensación de irrealidad en el cuerpo y en la mente. [Mi terapeuta quizá me diría que aún sigo en la primera fase del duelo, la incredulidad, por ello no tocamos el tema. Nadie tiene prisa por sanar]

Llevo tres noches sin medicación, suspensión voluntaria. En su lugar intento atrapar el sueño moviendo muebles, cargando cajas con libros y discos, tirando enormes bolsas de basura, pitando paredes de rojo obsesivo, tirando muros, abriendo ventanas. Mi cuerpo se cansa, pero mi mente sigue el galope desbocado hacia mis recuerdos. Las noches pasadas abrazando a mi madre como si fuese un bebé, acurrucada en mis brazos, recargada en mi pecho, mientras comiamos paletas de limón y naranja, regresan a mi lado, pero no encuentran mis brazos su cuerpo y sus ojos negros no me miran más con su infnita ternura. Duele.

El terapeuta dice que no debo exigirme lo que no soy capaz de darme por ahora, que viva mi duelo y me tome el tiempo necesario para llorar y estabilizarme de nuevo. Mi prisa por poner una sonrisa en mi rostro. Mi ansiedad por buscar nuevos medicamentos, nuevas terapias, cualquier aguja que se clave tanto en mí que me haga olvidar el dolor de saberla muerta. La extraño.

He pensado en beber de nuevo, en emboracharme hasta cantar a gritos la canción ´para los muertos que aprendí en mi pueblo. Guendanabani xianga sicarú, ne gasti tú, riu ganda laa. Nada sirve. Sólo el tiempo, que como dice Bunbury, no es un doctor.

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Anónimo DeLlira řekl(a)...
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